Tomado de "Cultores del Municipio Junín 2009" , material perteneciente a Jesús Acevedo, Cronista del Municipio Junín, Táchira, Venezuela
   
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  Pineda, Rafael Antonio
 
Escritor. En la pequeña ciudad de Rubio, llamada por los lugareños “Cinco Puentes”, nace el 16 de abril de 1888 don Rafael Antonio Pineda, quien sería con el devenir de los tiempos uno de los más insignes maestros de la población rubiense. Realiza sus estudios primarios en la Escuela Municipal de varones entre 1896-1902. En 1899 inicia sus estudios de piano con el señor Altuve, los cuales continúa con otro profesor hasta los 19 años. Para 1900, a la edad de once años en los espacios libres que le brindaban las vacaciones escolares inició sus cursos vacacionales, entre éstos efectuó estudios de talabartería, carpintería y zapatería. Años más tarde realiza estudios de sastrería, arte que dominó con gran profesionalización. Al terminar sus estudios de sexto grado se trasladó con su familia a San Cristóbal, en donde se empleó como vendedor y secretario de una Casa de Comercio, donde labora entre 1903-1904. Renuncia a dicho cargo y se emplea como secretario de la Casa Alemana Stenfort. A pesar de sus ocupaciones realiza estudios de bachillerato en un Instituto nocturno. Aproximadamente en 1908 regresa a Rubio y se emplea en la “Botica Alemana” como Secretario, Contador y Supervisor, bajo la dirección de don Alvaro Febres Cordero. Es posible, según informaciones de sus propios familiares que don Rafael finalizara sus estudios de bachillerato (1908-1912) en el Colegio “Sagrado Corazón de Jesús”, instituto este que brindaba instrucción secundaria en Rubio y que era dirigido por el pedagogo colombiano don Teodocio V. Sánchez. En el año de 1913 ingresa al Magisterio como maestro de aula, considerándose como uno de los fundadores de la Escuela Federal “Junín”. Es nombrado luego director de la misma, hasta que en el año de 1944 cuando solicita su jubilación. El 29 de diciembre de 1943, a la edad de 55 años el maestro Pineda contrae matrimonio en la iglesia de San José de Cúcuta, Departamento Norte de Santander, de la República de Colombia con la señorita María Verónica Santana. De esa unión nacerían sus hijos Carmen, Trina, Rosa y Rafael. A pesar de sus 31 años de labores en el magisterio juniense es jubilado por el Concejo Municipal con una asignación mísera, hecho que lo llevó a seguir laborando en la misma Escuela Junín en horario nocturno y en la Escuela de Prácticos Cafeteros de Bramón, en donde se desempeñó como Instructor de Matemáticas, Castellano y Literatura entre los años de 1945-1946. Se desempeña como docente en el Colegio “Nuestra Señora del Rosario”, como profesor de Comercio entre los años de 1955-1956 y durante varios años en el Colegio “María Inmaculada” (1946-1958), donde concluye con sus funciones docentes en el año de 1958. En 1937, es miembro directivo del Club Venezuela, siendo uno de los organizadores de los honores que se le tributaron a la memoria de Monseñor Justo Pastor Arias, cuando sus restos mortales son traídos desde la ciudad de Cúcuta para darles definitiva sepultura en la capilla de “San Pedro” del antiguo Hospital. Es designado el 30 de diciembre de 1939, miembro directivo de la Comisión Deportiva del Distrito Junín. Entre 1940-1943 ejerce el cargo de Bibliotecario del Club Venezuela. Ejerce el cargo de Secretario del Concejo Municipal entre los años de 1945-1946. A la caída de Medina Angarita es destituido de su cargo y ejerce durante año y medio en el Juzgado, y luego ingresa a la Escuela de Peritos de Bramón. En el año de 1960, ejerce funciones como Subsecretario en el Concejo Municipal, siéndole asignada una jubilación por el Presidente Dr. Argimiro Delgado, como una acción de reconocimiento general del pueblo rubiense por su meritoria labor en la instrucción municipal. Entre sus intereses particulares figuran los estudios particulares en las especialidades de Contabilidad Americana por correspondencia, e inglés en el Instituto Interamerican Schools (División Central de América del Sur, Plaza Bolívar, Caracas). Entre los reconocimientos que se le otorgaron en vida del maestro se encuentran el Decreto promulgado por la Cámara Municipal del año de 1953, bajo la Presidencia del Sr. Leonardo Alarcón donde se ordena la erección en la población de Cuquí de una escuela con el nombre del maestro Rafael Antonio Pineda, y el oficiado por el Dr. Argimiro Delgado Ch., Presidente del Concejo Municipal con fecha del 28 de Noviembre de 1963, en el cual se le participa nuevamente que se: “... acordó dar su nombre a la escuela Municipal que funciona en Montebello, Aldea Cuquí”, por sus meritorios servicios en pro del desarrollo educativo y cultural de Rubio. (A.C.M.J. Correspondencia. 28-11-1963) Su pasión por la literatura y especialmente por la poesía nace a temprana edad. Sus primeras publicaciones aparecen en los periódicos rubienses: “El Andino” y “El Aldeano”. A sus veinticinco años ya el poeta enarbolaba sus cánticos en el semanario “El Andino”, dirigido por don Manuel Antonio Cote con su soneto: ¡Allenta Luchador!: Tú que llevas la frente sudorosa/ y el haz de los cabellos desgreñado,/ muestras siempre en la lucha victoriosa/ ser héroe de los héroes del pasado. Y en las sienes no ostentas una rosa,/ ni el pecho el laurel que has conquistado/ en el mar de esta vida ignominiosa/ do vives por la gloria circundado. ¡Allenta luchador! Que tu destino/ es cruzar de la época el pantano/ bajo el azul de un cielo diamantino,/ esculpiendo en los fastos de la historia/ tus hechos de gallardo ciudadano/ al escalar las cumbres de la gloria”. (El Andino. Nro. 16. Marzo 29 de 1913). En 1914, en el periódico El Andino, con motivo de uno de los aniversarios de dicho órgano periodístico la población de Rubio, de aparición semanal, dedica unos versos a dicho semanario: Al Andino. Mi verso no es armónica, ni lleva/ la fineza del nácar, ni del lago;/ como arrullo de alondra se subleva/ y en las justas de amor es un halago. Para ofrendar las frentes de las diosas/ tiene la franca voz de los cristales, /de mis dulces montañas tropicales/ un manojo de lirios y de rosas. El modulado son de las palomas/ que recorren la pompa del boscaje, /sobre la verde falda de las lomas,/ bajo la gloria inmensa del paisaje. En mis horas de lúgubre tristeza/ tiene el gemido fiel de los alciones/ y en un florecimiento de grandeza/ guarda de los torrentes las canciones”. (El Andino, 9 de Noviembre de 1914 Nro. 95). Don Rafael Pineda fue cristiano de convicción y de acción, prueba de ello fue su constante interés hacia las clases más necesitadas y su protección hacia los niños más pobres que ingresaban a diario a su escuela. De ese límpido amor cristiano nace un bello soneto en donde enarbola la pureza de la Madre Divina: ¡Oh! Virgen Madre! Oye mi ruego como dulce emblema/ de tu amor divino en tu níveo trono, /de donde a Dios en sublimado tono/ le pides hoy con ansiedad suprema. Alza del polvo en que desdora y quema/ la humanidad el alma en abandono. /¡Y hazme que sea el cántico que entono/ en esta justa el ideal poema! Que yo sabré hacia tu celeste coro/ rendir las preces que forjó mi anhelo /a ti Divina Majestad que imploro. Siendo tú regazo y maternal celo/ do se encarnó el Supremo ser que adoro/ y me conduce de su diestra al cielo. Don Rafael creía en la bondad del Creador, su vida la había orientado en servir a los demás, es por ello, que en carta a su hija Carmen del 5 de Noviembre de 1967, le indicaba: “No contamos sino con Dios quien en la excelsitud de su justicia quiere todo el bien para la humanidad. Por eso es por lo que el Ser Supremo corona a quien lo merece por sus virtudes”. Don Rafael pedía siempre por el bienestar de los suyos a la imagen del Cristo Crucificado. En carta a su hija Carmen Edit de fecha 1 de agosto de 1967 ante los sucesos del terremoto de Caracas, hecho que lo consternó notablemente por la carencia de noticias de su hija y de sus familiares, le indicaba: “Pídale al Cristo crucificado que es a quien yo acudo siempre, los cobije con su manto”. Días más tarde a su mima hija, le decía: “Al Ser Supremo le estoy dando gracias por haberlos protegido en ese siniestro o infeliz suceso”. En el poeta se denota la belleza de la palabra, de la cuál, como diestro cultor elevó en sus bellos cantos, y mayormente en el manejo del soneto. De ese canto sublime nace su alocución a la Oda y la Hada, en el cual se denota su amor por lo sublime: Oda y Hada. Oda y Hada de gran naturaleza, /ante voz majestuosa y soberana /es un joyel de lirios la maleza /y un abismo de espigas la sabana. Oda, eres la fidelidad do se expresa/ la armonía en arte y esencia sana /del Eterno Hacedor, que su grandeza /confirmó en tu inflorescencia temprana. Oda prosigue tenue y reverente, /penetra en el confín de la mansión/ do mora la sustancia omnisapiente. Oda, es la eternal voz en perfección./ Es el fidedigno amor diligente. /¡Hada, enfatizó de Dios la expresión! Alelado el poeta ante la frondosidad de la naturaleza y dando gracias al creador por el fulgor del sol, que de oro plasma sus rayos sobre el fulgurante paisaje de la infante aldea eleva su canto de amor y gratitud: Oro de Sol. Qué mañana tan fresca y tan hermosa/ la de este amanecer, guarda el paisaje, /una dulce quietud y aroma a rosa, llega hasta mí en místico oleaje. Frente al jardín que mano cariñosa /cultiva siempre cual si fuera un paje, /miro como se tiende majestuosa /la lumbre sobre el tierno varillaje. Divino sol de vivos esplendores /que pinceláis los campos y las flores/ y a los nidos le dais dulce armonía, /en las brumosidades de mi duelo/ iluminadme ya de vuestro cielo /el umbrío confín del alma mía. Amante de las cosas sencillas como verdadero hombre de la tierra juniense a la cual adoró en su corazón y a la cual siempre le mostró y le entregó la sabía de su intelecto y la rectitud de sus procederes, don Rafael Pineda amaba la alegría y todas las cosas que trajeran bondades de regocijo al alma de los pobladores. Gran parte de dichas actividades las pudo incluso coordinar cuando se desempeñó en su cargo dentro del Club Venezuela, centro cultural rubiense que engalanó, motivó y forjó acciones culturales de gran trascendencia dentro del colectivo juniense. Era entonces un hecho de gran trascendencia la celebración de los carnavales, y para ello se celebraban concursos de belleza, bailes, desfiles con hermosas carrozas que daban un hermoso colorido y que alegraban el corazón de los moradores. En un bello soneto dedicado a la cautivante hermosura de la reina de los festejos nos dejó el recuerdo de la pintoresca estampa: Reina de Carnaval. Eres tan espiritual como sincera/ Reina del carnaval, en ti se admira /la pureza del lirio en primavera /y el acento cadencial de una lira. Abierta al sol tu luenga cabellera /extasías de gozo a quien te mira. /¡Mujer, por quien el cielo reverbera/ de amor sin fin, en su fulgente pira!. Y pasas hoy, Melifica Sultana, / bajo los besos de la luz temprana/ como una emperatriz en su carroza. Llevando en tus pupilas virginales/ la lumbre de los cuerpos siderales/ y en tu faz los matices de la rosa. La nobleza de corazón del hombre aferrado a la ilusión de una vida pacífica y productiva al lado de los suyos fue, quizá, el norte del maestro Pineda que no solamente dotó de amor a los suyos, sino que en su diaria labor fue abrigando el amor de los miles de niños rubienses que pasaron por sus manos en el ejercicio de su noble labor como instructor de saberes y procederes de recta talla y de altos valores. Es por ello, que en su ejercicio poético la entrega del amor a los seres que anduvieron a su lado, es una acción que se denota con frecuencia. De esa noble entrega de afecto son las palabras dedicadas al joven amigo Rubén Sansón, quien muere a temprana edad, dejándolo espiri-tualmente consternado: Rubén Sansón. Ayer no más cuando tu alma cantaba la apacibilidad de la vida. Cuando apenas la sonrisa de los veintiún abriles, a manera de una intáctil mariposa aleteaba sonoramente en tus labios. Vino la muerte trágicamente y te cortó la vida; dejando una estela de recuerdos imperecederos en todos los corazones de quienes fuimos tus íntimos amigos. Flébil acontecimiento que sobrecoge el espíritu y lo satura de amarga melancolía, haciéndonos sentir a cada instante la desaparición del camarada. De quién supo conquistarse el aprecio de todos los que hubimos andado unidos a tu brazo, ya por tú espíritu popular, como por tus valiosas prendas de amistad y compañerismo. Aún parece resonar en mis oídos el sonoro arpegio de tus frases todas ellas decididoras, plenadas del encanta-miento de la vida. Ufanamente proferidas. Como si jamás en tu espíritu había hundido su afilada punta, la daga del desengaño. Tu viaje eterno a lo desconocido, ha producido en mi otro gesto, otra onda de tristeza y desencanto del vivir; como si contigo se ha ido un fúlgido jirón de mi esperanza. Alentadora esperanza que nos anima a triscar enérgicamente las ondas turbulentas de la vida. ¡Tú no te has ido para siempre, No! Con nosotros tus amigos vivirás, tu recuerdo tendrá en las amplitudes del alma, el arrullo de los nidos. “Quien supo amar y cultivar con esmero el precioso don de la amistad, perdura en todo corazón agradecido y a su sepulcro jamás llegan, las bandadas de aves del olvido”. ¡Salve a tu memoria, oh buen amigo! La ninfa de los sueños, la amada eterna, es otra de las imágenes permanentes en el poeta. La belleza de la mujer soñada lo embriaga de felicidad, pero ese arrobamiento es límpido como el sol. Allí, en ese desear, la pasión es pura como el agua de los manantiales. El deseo de mirarla, de apreciar el encanto de su figura y de su entorno, lo regocija en el cenit del placer. Para enmarcarla en ese cuadro de la prosa poética, don Antonio hace uso de la palabra límpida, sin retoques, ni barroquismo alguno, y es que por ser la diosa de sus sueños, ella debe estar allí en medio de la pureza, en medio de las cosas pequeñas de la vida, en donde el amor reina y el poeta bendice su presencia, por encima de las cosas mundanas de la vida: Yo Te Bendigo. Que bien estás así: dulce, risueña, encantadora y genial, puestas tus manos, esas tus manos liliales sobre un tejido de hilo que conservas aún inconcluso. ¡Qué dulzura hallo en ti! Qué humildad en tus ojos grandes y negros, tan puros y transparentes que cuando los miro, me parece bogar sin velas y sin remo en la diáfana clarividencia de un lago. ¡Dios te bendiga! Esa tu humildad la cantan en sus ricos matices y en el néctar de sus cálices las rosas, los jazmineros en flor y las recién abiertas crisantemas. ¡Qué bien estás así! La tarde que semeja estar triste, con un beso de luz que estampa sobre tu frente, jarrón de porcelana, se despide de ti, cual Hada compañera. Parece decirte, que enamorado príncipe quisiera aprisionarle en sus brillantes redes de oro, filigrana del sol candente. El aura parlera y burlona coquetea con el viento, que mécese sobre el airón de los cipreses, tiene que hacer con tus cabellos tan negros y finos. Los desteje, envuelve y suspende, como queriéndose llevar todo el hado fragante que hay en ellos. Admiro tu modestia, porque es tu voz como la linfa, que va adornando de aljófares la roca. Y sin embargo, por no oír la presentida frase laudatorias, permaneces callada. Por eso, ante tu soberbia belleza y eximia castidad, cuando miro tus ojos grandes y negros, tan puros y transparentes, que me parece bogar sin velas y sin remo en la diáfana clarividencia de un lago: ¡Yo te bendigo! Denotase en la prosa poética del maestro su acendrado amor por la naturaleza, allí están presentes las rosas, los jazmineros y las infantes crisantemas que inundan el paisaje. Allí, hace uso del fulgor solar, que muestra la vida y la perfección de la creación. Es porque allí el sol besa la frente de la amada cual rayo de luz que acaricia el sedal de su belleza, para anunciarle que enamorado príncipe, el cual no es otro que el mismo poeta, quisiera aprisionar entre sus brazos a su amada, para bendecirla desde el más profundo rincón de su corazón, por la gracia y la dicha que le brinda su presencia. Ese consecuente ideal quimérico de la mujer idealizada es una eterna constante en la vida del poeta. Por ello, no se desprende de su anhelado amor, el que siente en lo más profundo de su ser; pero ella, la amada, es tal vez, no la figura grácil o frágil que en forma de mujer lo transmuta hacia universos de ilusiones, pareciera más bien que su ideal femenino no tiene forma humana, sino espiritual; algo que está muy por encima de lo terrenal, para convertirse en el fantasma que se ama, en la mujer del sueño, aquella a la que no puede trasladar de esa dimensión onírica a la realidad virtual, en la cual la sigue amando. Otro poema de su inspiración lo conforma “En Ronda de tus pródigos rosales”: En ronda de tus pródigos rosales/ donde se columpia el turpial canoro, /te he visto dignamente como sales, /luciendo ingenua tu cendal de oro. Confundida entre albores matinales/ de la floresta en todo su tesoro, /resplandeces visos angelicales, /gracia y beldad que exhibes con decoro. Bajo el rosal con lentitud te inclinas/ al ritmo de las dulces sonatinas /que te ofrendan los tiernos ruiseñores. /Y el sol sus gasas rutilantes / tiende sobre las cimas más distantes /el oro de sus tibios esplendores. El 14 de octubre de 1970, muere a la edad de 82 años, don Rafael Antonio Pineda. Su muerte dejaba enlutado un honorable hogar rubiense, que a partir de ese momento dirigiría con noble entrega su esposa doña Verónica. La única fortuna que dejaba el maestro era la imperecedera obra de su vida docente y su ejemplo ciudadano consagrado al servicio del terruño en cuyos hijos sembró la fecunda semilla del saber. La muerte del maestro consternó a la generalidad de los habitantes por el inmenso cariño y respeto que se le tributaba a quien con su ejemplo y trabajo había formado las nuevas generaciones de rubienses. Don Diego Ramírez Sánchez, quien ejerció el cargo de Cronista de la población rubiense, y a quien le corresponde el mérito de haberse preocupado a lo largo de su vida en destacar la valiosa obra del maestro Pineda, en uno de sus escritos al hablar de su insigne maestro, con magistrales palabras describe la calidad humana de este noble varón de la educación rubiense: “Para quienes le conocimos RAFAEL ANTONIO PINEDA”, ha de ser siempre un símbolo de honestidad, de la honradez, de la lealtad, de la entrega total al servicio de una causa noble y en cumplimiento del mandato de "ENSEÑAR AL QUE NO SABE”. Honor a quien honor merece.
 
 
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