Tomado de "Cultores del Municipio Junín 2009" , material perteneciente a Jesús Acevedo, Cronista del Municipio Junín, Táchira, Venezuela
   
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  Ruíz Pineda, Leonardo
 



Escritor - Político. Este héroe y mártir de la política venezolana, en la hora de la diáspora y de la aventura de la resistencia, es uno de los venezolanos discutidos y a la vez más admirados al valorizar su sacrificio y su entrega a la realidad de una patria mejor. Es porque este valiente "guerrillero de la libertad" lo aportó todo al bien de Venezuela, mientras otros nada aportaron y mucho quisieron cobrar en el momento del balance o sea cuando el destino del país cambia la obscuridad de los caminos por la luz del recobrar democrático. Leonardo Ruiz Pineda nació en Rubio el 28 de septiembre de 1916, en una callejuela del barrio La Palmita cerca del cauce de la quebrada La Capacha en rumbo interrumpido hacia el barrio Puerto Cabello. Su casa modesta es -como él mismo lo dice- su "ancho mundo de correrías por cuyo corredor di los locos saltos de una niñez con bolsillos atestados de piedras, golosinas, botones de colores y el trompo mágico y rumbero". Al hacer Leonardo la síntesis de su autobiografía se manifiesta el escritor y el poeta en la visión de su niñez y en la lucha tempranera por restaurar en Venezuela el régimen democrático. En la Escuela Federal Junín hace su educación primaria y allí, como en el Colegio María Inmaculada, sus maestros son los mismos nuestros: Marcos Eugenio, Eudoxio Pedraza, Fray Antonio María Sierra, los Pdres. Mejía y Castañeda y el Hermano Suárez. Las travesuras infantiles lo hacen descubrir la malicia y la falsedad humana. La angustia de unos, el susto de otros y el silencio de todos por la tenebrosa incertidumbre, despiertan en Leonardo la altivez de la protesta. De Rubio viene a San Cristóbal y es alumno destacado del Liceo Simón Bolívar. La Asociación de Estudiantes del Táchira da vivacidad a su inquietud y don Carlos Rangel Lamus es sorprendido por el rubiense cuando éste es amonestado por su rigidez. La calidad del maestro valoriza, entonces, la cualidad del alumno. Hubo un interferido conato de polémica entre Leonardo y nosotros. En su autobiografía él dice que sobre "temas de generalidad liberaria". En realidad algo hubo de esta circunstancia, pero hubo una razón sentimental que incomodó al revolucionario y al poeta vanguardista en cierne. Posteriormente la emoción de la nativa ciudad reanudó el diálogo cordial. La vocación política de Leonardo estimula su pasión por la lectura. Esta pasión la impulsa en el equilibrio de un empeño del cual ya más nunca desiste. Su sangre rubiense es sinceridad venezolana y por ello sus palabras y sus acciones expresan el signo de la revolución. En su camino juvenil tropieza con el relámpago de un cuentista bohemio de ideas y con el mensaje oloroso a ajenjo, rebosado de angustia y retorcido por el ácido desespero. Es Antonio Quintero García, un revolucionario culto, desgarbado y trashumante. Leonardo asimila la experiencia literaria y el desgarrado recado del gritense en su caminar adolorido por una Venezuela en el sopor de la espera. Leonardo Ruiz Pineda va a Caracas en 1933 y cursa estudios de Derecho en la Universidad Central. Su voz provinciana tiene la suavidad de la insinuación amistosa y, desde luego, capta la observación y la vinculación cordial con la dibujada sonrisa bajo un bigote cuidado y de discreta atracción. "Fantoches", tribuna y cátedra inmersas en el dolor de la geografía nacional, lo tiene entre sus asiduos visitantes. Sus juicios aparecen como estiletes agudos en la expectación del viejo Leo y aquellos humoristas arrinconados en su romanticismo etílico por no poder gritar sino asomar la discreta rebelión ante el drama popular. Sus estudios universitarios y su estada en la metrópoli lo inducen, cada vez más, a la lectura y al aprendizaje de literatura de excepción y por supuesto, a la identificación con la justicia y la libertad. Su tiempo libre lo dedica a leer y a escribir. Cuentos y poemas desbordan su ansiedad intelectual. Al comprender que sus pensamientos no llegan a la madurez de su espíritu o no interpretan cabalmente su gusto literario, sus escritos van al cesto de los papeles inútiles. Sin embargo, algunos poemas alcanza a publicar y tienen la admiración de cuantos, como él, son vanguardistas. Cuando conoce la muerte de Oscar Pantoja Velásquez, "un humilde moreno muchacho caraqueño, inflamado de pasión republicana se fue a vestir el heroico traje de los micilianos españoles", Leonardo le dedica un romance: Oscar Pantoja Velásquez, su nombre, sangre de España ruda, roja, ardiente corre, por las calles de Caracas: Su voz estaba en el aire cuando la cortó la bala, se le cerraron los ojos y se durmió su palabra. La muerte llegó a sus manos como si fuera una carta, mitad en pliegos cerrada, mitad en pliegos abierta. Conoce a los revolucionarios de la época, aquellos dirigentes unidos por la diáspora, desunidos después por las ambiciones personales. Sus convicciones son profundas, definidas de una vez para siempre. El Partido Democrático Nacional (el conocido y discutido P.D.N.) lo integra a sus filas como fundador y en cierto modo como ideólogo. El año de 1938 es de intensa actividad para Leonardo Ruíz Pine­da. Su partido robustecido con la exposición de la clandestinidad, le impone responsabilidades específicas. Esta circunstancia le inflige el primer carcelazo en Upata y la primera querella con la democracia timorata y en zancos en la Guayana de las resonancias nacionales. Eran los días de la inseguridad republicana por los vaivenes de una política zocarrona. El país es convocado a elecciones primarias y en el Táchira el Partido Liberal despliega sus velas a la esperanza de los nuevos días, después de la muerte del Caudillo de mayor dimensión en una Venezuela controvertida por su realidad histórica. Dos rubienses son postulados como Diputados a la Asamblea Legislativa del Estado por el distrito Junín: Leonardo Ruíz Pineda y quien esto escribe. Es cuando surge la novedad electoral del voto acumulativo. No obstante, nada cohibe la decisión de los electores y Leonardo y nosotros podemos estrenar los atributos parlamentarios. En 1940 el Táchira y Venezuela tienen un nuevo abogado y la consolidación de un periodista fogoso y batallador; a veces sereno cuando se impone el escritor conceptuoso, sin que su pasión venezolanista deje de ser incisiva ante el estado de cosas que vive y siente su país. "Fronteras", en San Cristóbal, es el periódico de influencia y contenido políticos. En el mismo discute y deja conocer sus ideas de avanzada inquisidora y revolucionaria y aquellas "Ventanas al mundo", su columna ya célebre en el ahora desaparecido vocero "El Centinela". Venezuela renueva el vigor de la democracia militante con la acción liberal de un gran Presidente: Isaías Medina Angarita. El clandestino P.D.N. puede salir a la calle y andar por todas las rutas venezolanas como partido legalizado en 1941, bajo el nombre de "Acción Democrática". Así Leonardo cuaja en el líder y el caudillo de una época memorable en la vida política del país y, asimismo, en el intelectual y el orador de atrayente figura de modelador de la valentía y de la gallardía de la identidad nacional. Cuando en 1943 tiene efecto una convención juvenil nacional, es él quien la dirige y la estimula. Al producirse el aún injustificable 18 de octubre de 1945, Leonardo Ruíz Pineda se convierte en gobernante, al ser designado primer Secretario de la Junta Revolucionaria. Pocos son los días de su actuación como tal, pues es nombrado Gobernador de su Estado nativo. Son tiempos difíciles por la intemperancia política y el desbordamiento del sectarismo. La problemática regional audiza la situación político-económica, y sus propios copartidarios a nivel estatal y nacional se empeñan en desbarrar contra el Táchira. Es la consecuencia de un afán manido. Leonardo debe sortear las dificultades y lo hace a medias por la incontinencia de cuantos fracturan la convivencia. Al ser electo Presidente constitucional el extraordinario novelista y escritor don Rómulo Gallegos, el destacado tachirense Leonardo Ruiz Pineda es nombrado Ministro de Comunicaciones. La verdad es que merecía y tenía capacidad para una distinción de mayor jerarquía. Por eso algunos comentaron que la politiquería cortaba el vuelo del venezolano ilustre. La sorpresa de un nuevo golpe de estado, el 24 de noviembre de 1948, desarticula la movediza posición de un gobierno sin la seguridad de una obra como para superar las contingencias de una Venezuela sin el testimonio del entendimiento y de la eficacia. Leonardo va a la cárcel y, asimismo, a cumplir la predestinación heroica de su destino. Luego de cinco meses de prisión, se le libera el 19 de abril de 1949. Ya para entonces es un dirigente de carácter e influencia nacionales. Ahora será el combatiente y el caudillo de una causa de innegable trascendencia para la salud de la República: la de su recuperación democrática. Por supuesto esa causa tiene también la razón fundamental de mantener la vivencia de su partido. Ha estado en la lid política sin reservas ni temores. A la lucha vuelve acompañado de unos pocos. Nadie como él sabe afrontar las inmediatas posibilidades del peligro y, desde luego, los poderes de la dignidad ciudadana. Su partido es perseguido y algunos de sus dirigentes encarcelados, desterrados y obligados a la fuga. Es porque su partido "Acción Democrática" alcanza la revisión de la historia -con el comunista- en cuanto a la afirmación de la resistencia. Leonardo tiene el peso -más nadie- de la responsabilidad de un pueblo que lo admira y lo tiene como su héroe y su caudillo en la angustia de restaurar la institucionalidad del país nacional y del político. En la Cárcel Modelo no se amilana, al contrario se agiganta su pensamiento y su acción al reflexionar sobre el drama venezolano. Allí hace a Ramón J. Velásquez -también preso- "la más divertida crónica de los episodios ocurridos en los momentos de su prisión y un agudo e implacable análisis de las causas que determinaron aquella crisis. A su ojo zahorí no se escapaba ningún detalle del drama". Y le agrega: "Y ahora, a esperar, trabajando". Este propósito lo cumple con una decisión incomparable. Asimismo lo dice Ramón J. Velásquez, quien hasta ahora ha escrito la mejor semblanza del héroe y del mártir. "Acción Democrática" queda a la zaga y sus cuadros son desmantelados. Los débiles, los escogidos y los cómodos no quieren la cárcel ni el exilio. Es cuando Leonardo hace poderosa su lucha y notables sus recursos para la fragua de una sostenida y épica resistencia. No le importa el peligro ni la soledad de su contienda. Se convierte -como lo dice Ramón J. Velásquez- en el "jefe y servidor, periodista y corresponsal, economista y militar". Es porque Leonardo lo es todo en esa batalla de extraordinarias proyecciones yen la cual solamente lo acompañan unos pocos, entre ellos Alberto Carnevalli quien cae primero por una enfermedad y el acoso de la represión. Comienza el rubiense a formar la urdimbre de una gran concentración de voluntades. Discute, analiza y crea un ejército donde él es el táctico, el estratega y el logístico. Hombres de todas las corrientes y de todos los ejercicios civiles, militares y hasta eclesiásticos son los eslabones de una cadena extendida a todos los rincones venezolanos. Es el héroe de una época crucial para la política nacional y a la vez histórica y memorable. Pequeño de cuerpo pero grande de espíritu, aglutina todas las reservas de la valentía y de la esperanza del país. Se moviliza cautelosa pero virilmente en el centro y la periferia de la metrópoli. Escribe manifiestos, cartas, editoriales, artículos y aquellos papelitos abiertos o en clave para dar instrucciones, convenir entrevistas, preparar acciones y mantener activas las barricadas de la resistencia. Obreros e intelectuales, civiles y militares, banqueros y empresarios iban a su escondite, el cual tenía "apariencia de despacho presidencial". ¿Algún político de nuestra época puede mostrar credenciales semejantes? Nadie lo denuncia, todos lo protegen y son combatientes con el secreto de la itinerante lid de un caudillo de la libertad. Tal secreto es como el manantial escondido en la reconditez de la montaña y el cual se hace mar al llegar la hora del cielo y de la inmensidad abierta a todas las rutas y a todos los rombos. Y llega el instante de la traición y de la tragedia. Leonardo, con su sonrisa como una flor lozana en medio de las zarzas y el rencor de las espinas, llega a una calle que desemboca en la Avenida San Agustín y que ahora lleva su nombre, y allí tres balazos asesinan la emoción, la pasión y la entrega invalorable de su vida. Venezuela se enluta y el pueblo se sobrecoge en su dolor. Ramón J. Velásquez sintetiza la protesta nacional con estas lapidarias palabras: "Crimen tremendo, por inútil. Matar a Leonardo era transformar su carne temporal en bronce eterno. Matar a Leonardo era tan absurdo y tan inútil como asesinar la mañana, o disparar contra la luz del sol. Matar a Leonardo era tan necio como matar un pueblo. Porque Leonardo era el pueblo. Y el pueblo es eterno, invulnerable, avasallante. Leonardo asesinado es bandera y grito de victoria, y ejército innumerable". Muchos venezolanos de todas las toldas políticas, de todos los estamentos sociales, han escrito sobre la vida y la obra de Leonardo Ruiz Pineda. Ojalá aparezca su biógrafo cabal, limpio de pevenciones o parcialidades. Si Colombia tuvo un Jorge Eliécer Gaitán para elevar la historia de la libertad, Venezuela tiene un Leonardo Ruiz Pineda para adecentar los cauces del caudillismo y del despotismo con la sangre de su revolución noble, incomparable por el bien y el prestigio de la nacionalidad. Es porque fue y es el Caudillo pulcro con las ideas liberales que reivindican a las multitudes desorientadas y sin dirigentes idóneos, sanos y desinteresados. Leonardo Ruiz Pineda, guerrillero de la libertad, héroe rubiense con clámide de venezolanidad para galopar el potro de la rebelión, gallardo adalid del ejemplo y de la fe por y para la democracia, es hoy el hombre-mensaje para la unidad del pueblo y el vigor de esa democracia nuestra tan zaherida y distorsionada por la virulencia y el despecho de la política. Es porque la democracia para ser verdadera debe ser coherente y amplia, sin demagogia y sin soberbia. (Tomado de: Rosales, Rafael María. (1990). Imagen del Táchira. Ediciones de la Presidencia de la República. Caracas. Pp. 524-529
 
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